domingo, 12 de diciembre de 2010

Catarsis de diciembre

Es imposible no ver aunque tenga los ojos cerrados. Veo lo que quiero que venga hacia mí y para los míos, veo lo que viví recientemente en los días oscuros, tristes que no terminan de irse. Los siento cerca, más cerca que nunca, no sé por qué. Cuando abro los ojos me ilumina el deseo de superar los problemas, de solucionar los conflictos, de mediar entre la gente que me rodea. Están agresivos, enojados con la vida. Todos están peleados con todos. Los padres con los hijos, los hijos con los padres, los jefes con sus empleados y los empleados furiosos con sus jefes, los padres con los maestros, los maestros con los padres. ¡Qué genera tanta violencia! Tengo la manía de analizar todo a fondo y el castigo de creer que todo es por mi culpa o que de una u otra manera si algo salió mal fue por algo que hice o no hice. Necesito que me palmeen la espada y me digan: “Quedate tranquila, ya se va a solucionar” pero soy yo la que tiene esa función. En mi trabajo y en la vida. Todos necesitamos una palmadita en el hombro y palabras de aliento. Respiro profundo y pienso en las cosas que me dan placer: un buen libro, el mar, las frutillas, una gran obra de teatro, conducir escuchando buena música, ver reír a los míos, los nuevos proyectos. Me desarmo en tantas partes como placeres puedo saborear y me olvido de la angustia, de las lágrimas, de lo que no puedo remediar.

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