sábado, 14 de febrero de 2009

Un viernes especial

Cuando salió del ascensor lo golpeó el bullicio inconfundible de la gran ciudad. Caminó unos pasos. Distintas imágenes poblaron su mente. Pensó en sus horas de lectura sentado en su sillón favorito, en las largas charlas con su amigo José, en los domingos de deporte. Acarició su cara la brisa fresca del lago Lacar de su último viaje. Cruzó la puerta del edificio de oficinas donde trabajaba y era viernes. Salió a la calle decidido a transitar la calle Florida sin apuro. La gente que pasaba a su lado eran actores de otra película. Corrían en todas direcciones. Música, bocinas y conversaciones en todos los tonos de voz. Levantó la vista. No encontró el sol. Apenas una franja teñida de gris daba cuenta del cielo. A sus costados se erigían los edificios como moles gigantes dispuestas a saborear a los transeúntes. Pasó a su lado un chico de un delivery. Un adolescente conectado a sus cables, ignorando la vida a su alrededor. Martín se permitió descubrir a la gente que caminaba cerca de él.
Después de transitar dos cuadras, se detuvo en un kiosco de diarios y revistas. Un hombre con rasgos cansados estaba semiescondido entre los periódicos. Martín lo saludó por cortesía pero nunca antes se había fijado en él. Pasaba por ese puesto todos los días de su vida. Su abundante cabellera negra decía que no debería tener mucho más que cuarenta o cuarenta y cinco años. Mientras Martín daba un rápido vistazo a los titulares más importantes del día, el hombre se asomó de su escondite y le dijo:
- ¿Hoy no corres a tomar el subte como todos los demás?
- Perdón, ¿me conoce?- preguntó Martín sorprendido.
-Se que pasas a diario por aquí y trabajas en una oficina que está a pocas cuadras - dijo el hombre.
Martín se quedó perplejo al escuchar estas palabras. Miles de personas transitaban sin cesar las cuadras de la calle Florida. Era prácticamente imposible que este hombre lo pudiera distinguir entre ese gentío. Se quedó pensando unos instantes y dijo:
- Usted puede decir eso de cualquier persona.
- No de cualquier persona, sé que hoy es un día especial para vos, que tomaste la decisión que tuviste en mente por tanto tiempo, por ejemplo- explicó el hombre.
Martín estaba cada vez más confundido. Sintió la urgencia de correr pero se quedó paralizado y mudo. No se atrevió a preguntar. Lo miró al quiosquero pero no emitió palabra alguna. Se dio vuelta como buscando la cámara oculta de algún programa de televisión. Nada. La gente caminaba a su lado en plena hora pico. Algunos se detenían a mirar las revistas y los libros del kiosco. El hombre comenzó a atender a algunos de ellos. Martín supo que ese había sido un incidente fortuito. Decidió restarle importancia y se dirigió a tomar el subte, como todos los días. Sonó su celular. Martín lo atendió y dijo:
- Si, ¡RENUNCIÉ!

miércoles, 4 de febrero de 2009

Cuando está el sol


Todas las mañanas me regalo un momento para mirar el cielo. Muchas veces pienso en el cielo limpio y claro del sur, cuando está azul celeste. Esos pinos ancestrales se elevan como queriendo acariciar el infinito. Otras, me imagino el cielo del mar. Cuando estoy en la costa le presto especial atención a la forma en que el cielo se pierde en el horizonte del océano. Las nubes se escapan como queriendo transportarse a otros lugares dándole tranquilidad a los turistas. El celeste intenso, sin nubes y con el sol a pleno me llena de energía.
Pero cuando todo es gris, también me siento de ese color. Es entonces cuando necesitaría una máquina atrapasoles como la que creara mi amiga Keiko. ¡Qué fácil sería empezar el día sabiendo que tenemos la magia del sol asegurada!
Cuando está el sol, todo es diferente. La gente tiene mejor humor. Alguien me dijo que las personas que viven en lugares con cielos nublados permanentes tienen un carácter sombrío por naturaleza, y yo lo creo.
El atrapasoles sería la solución. Traería luz a todos aquellos que sienten que no queda ni un solo rayito de esperanza para ellos. Calor a los que no tienen con quien compartir sus vidas. Energía a la gente que necesitó usarla toda y sin previo aviso. Calidez a los que creen que disfrazarse de desagradable les allanará el camino sinuoso y áspero que les tocó vivir.
Es solo un deseo, una ilusión. Si jugamos a que existe, tal vez, algún día se convierta en realidad.

lunes, 2 de febrero de 2009

Marumba

Ayer me dijeron que Marumba estaba llegando. No lo entiendo. Lo pasamos bien, así. Con mi papá juego, aunque a veces se enoja porque dice que no dejo de moverme y que lo vuelvo loco. La verdad es que no puedo dejar de correr y de jugar. El no sabe, es grande. Mi mamá se enoja más y habla todo el tiempo de Marumba y esto y lo otro y por qué no para… Me estoy cansando.
Ya era la hora de ir a la escuela, yo quería quedarme en mi casa. Pero no. Tuve que ir.
A veces pienso en mi papá cuando me dice que me quede quieta. ¿Qué haría mi papá con todos los nenes que tiene la seño? Suben, bajan, gritan. Gritan fuerte.

Termina la escuela. Hoy. Mañana tengo que volver. Pero no dejaba de pensar en Marumba. Quisiera sacarla de mi cabeza y no puedo. Siempre está allí. Me gustaría saber que opina mi papá de Marumba. A veces creo que esto de que venga es cosa de mi mamá. Es ella la que está obsesionada.

En casa es peor porque viene mi abuela o mis tíos y me preguntan por Marumba. A veces creo que voy a enloquecer. Todos insisten en que la tengo que querer, que cuidar y otras cosas más. Yo, en realidad, cada día la quiero un poco menos.

Creo que voy a tener que acostumbrarme a la idea porque le pedí a mi mamá que no viniera Marumba. Me dijo que Marumba iba a llegar y la íbamos a querer mucho, todos. Que la teníamos que proteger, que era muy chiquita. Fue entonces cuando empecé a entender que Marumba iba a ser importante en mi vida.