lunes, 3 de enero de 2011

La casita de mentira de Mauro

Pies descalzos, miradas tristes, pelos sucios y desprolijos. Un andar cansado, un tararear incomprensible, un grito que se pierde entre las casuchas improvisadas con cartón, chapa y bolsas de residuos color gris plomo. Los roedores que corren rodeando las casitas de mentira como queriendo ganarle la carrera a los niños del lugar. Se confunden las voces de los de fuera con los de adentro del asentamiento. Todos luchan por su ideal, con razón o no, con órdenes o no. El denominador común es la pobreza, la falta de cobijo, el abandono de la persona, la falta de trabajo y la falta de dignidad. Igual pelean, con razón o no igual pelean.

Con los pies descalzos, la mirada triste y el pelo sucio, Mauro sale de la casita de mentira que fabricaron sus padres junto a otros papás y mamás, los de Pedro, los de Agustín y también los de Carmela y Anita, sus primas. Siente un dolor en el estómago y sabe que es porque no come nada desde ayer a la tarde cuando una señora que se acercó al asentamiento desde afuera le dio un paquete de galletitas. Eran ricas. Eran las de chocolate con cremita blanca que tanto le gustan pero ahora no tiene nada para comer. Busca con la mirada a su alrededor, no ve a su mamá, ni a sus hermanitos. Cinco hermanos tiene y todos más chicos que él.
Recorre las demás casitas de mentira que los grandes hicieron con cartón, algunas chapas y bolsas de basura color gris oscuro. Y ve a un grupo de chicos como él que corren, entonces él también corre. No sabe muy bien por qué. Se da cuenta que los otros nenes persiguen algo. Parece un gato gris pero cuando se acerca más ve que no es un gato y no le gusta lo que ve. Debe ser una lauchita, grande, piensa Mauro. Se detiene y decide volver para buscar a sus papás.
Unos metros más allá, ve que su papá está gritándole a los policías que rodean el lugar. Pero su padre no está solo, hay otros papás de otros nenes como él que también gritan furiosos y mueven los brazos con los puños cerrados como cuando se quieren pelear. Mauro no entiende qué dicen, tal vez estén pidiendo algo para comer: pan o leche o la galletitas de chocolate con crema blanca. No está bien que los papás le griten a los policías, piensa Mauro, porque su mamá le dijo que esos policías están allí para cuidarlos. Entonces se acerca y le toca el pantalón a su papá.
- Papá, ¿por qué gritas así? Tengo hambre ¿le pedís galletitas al señor policía? ¿Cuándo volvemos donde vivíamos antes? –pregunta Mauro.
Pero no recibe ninguna respuesta, el papá está muy enojado con los policías y no deja de gritar y mover los brazos. Mauro se aleja y decide volver a la casita de mentira. Se recuesta sobre una pila de papeles de diario. Lentamente se le cierran los ojos aunque no es la hora de dormir, Mauro se duerme y sueña con las galletitas de chocolate con cremita blanca cobijado bajo el techo de bolsas de plástico de color gris oscuro de la casita de mentira que construyeron sus papás.