domingo, 20 de diciembre de 2009

Navidades


Hojas verdes brillantes de muérdago que adornaban el patio de los abuelos. La mesa en el centro, el mantel blanco, limpio, listo para albergar la vajilla que se lucía sólo en Navidad.
El llamado a poblar la mesa y todos nosotros ansiosos por su llegada. Y daban las doce. Corríamos para verlo. Una vez más se nos escapaba dejando a su paso la esperanza de alcanzarlo, tal vez el año siguiente.
Los regalos, la alegría, las pequeñas desilusiones, las lágrimas de los mayores.
Año tras año la escena se repetía: la familia, la mesa de Nochebuena, los paquetes de papeles de colores, las luces que invitaban a soñar.
Un día, cambiamos de patio. Los abuelos ya no están. Algunas ilusiones se habían desvanecido. Pero nacieron otras con más fuerza, con mucho amor, con una vida que ya cuenta veinte años y otra que apenas comienza.
Ahora somos nosotros quienes les creamos la ilusión de Papá Noel a los más chicos. Y son ellos los que corren para verlo. Y no lo encuentran y saludan al cielo con la esperanza de que el año que viene volverá…

sábado, 21 de noviembre de 2009

Sabor amargo

La primera vez que lo vi estaba desaliñado y usaba un vaquero desgastado y sucio. Sus ojos tristes azul cielo pedían atención, ayuda, contención. A pesar de sus cortos trece años tenía un prontuario digno de cualquier delincuente de oficio. En su entrada número sesenta a la comisaría ostentaba haber robado una motocicleta a mano armada.
Hace escasos tres meses que trabajo como psicóloga para un centro de rehabilitación del conurbano y el caso de un adolescente perturbado y drogadicto había caído en mis manos. Antes de hablar con él me aseguré de conocer al detalle toda la información que me proporcionaba mi colega y especialista en casos como ese. A las tres en punto estaba sentada en mi oficina esperando a Fabio, mi paciente recién llegado al establecimiento. Se abrió la puerta de la oficina y lo vi. Estaba abatido, posiblemente sin haber dormido en toda la noche y encima, pensé, con el amargo sabor de la abstinencia. Escoltado por dos empleados del centro se aproximó a mi escritorio. Les pedí que nos dejaran solos a sabiendas de la peligrosidad de mi paciente.
Intenté que me mirara a los ojos sin éxito y entonces opté por comenzar a hablar de música para tratar de captar la atención del niño. Cuando mencioné un grupo de rock pesado, me miró. Al parecer le llamó la atención que conociera a esos músicos, yo que soy una vieja de treinta y pico. Y rompió el silencio:
- Me voy a escapar, no te gastes- me dijo como si opinara sobre el tiempo.
No reaccioné y seguí hablando como si nada. Entonces se puso a mirar al suelo y pateó la silla del escritorio despacito. Le hice un par de preguntas pero no me hablaba. Llamé a mi asistente y le indiqué que se llevara al paciente. Lo vi ponerse de pie, su cabeza colgando como si le pesara y movía todo su cuerpo como protestando por estar allí.
Me quedé sola, leí y re-leí el informe de Fabio. Estaba acusado de haber rociado con nafta a otro chico de trece años y de haberle prendido fuego. Me pregunté si toda la psicología alcanzaría para revertir un caso como éste.
Intenté llegar a él en varias sesiones más. Nunca me habló y lo vi sentirse cada vez peor, se le notaba en la cara. Necesitaba aspirar nafta, me dijo, ¡nafta!
Una tarde que lo esperaba no llegó. Recibí en cambio un llamado telefónico que me decía que Fabio se había escapado.
Entonces empezó una persecución policial. El llamado de un vecino alertó a la policía sobre su posible paradero. Los efectivos montaron un operativo en una casa en Luján. Cuando ingresaron Fabio no estaba solo, lo acompañaba un amigo y estaban aspirando droga, la droga de pobres. Al verse cercados se entregaron. Fabio y su amigo retoman su camino de vuelta al centro de rehabilitación.

Y son las tres de la tarde y el nene de trece años de ojos azul cielo entra en mi oficina una vez más. Lo miro, me mira y me dice:
- Viste que me escapé y me voy a volver a ir, vas a ver.
Intento empezar el diálogo y que me cuente y lo único que me dice es que necesita aspirar nafta, pronto, nafta, me dice.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Intento fallido


El sol se oculta en el horizonte. El océano está calmo y las olas se acercan a la orilla como pidiendo permiso. Un grupo de gaviotas revolotean inquietas sobre unas migajas de pan que están sobre la arena húmeda. La brisa es muy fría y eriza la piel de los tres niños que caminan rumbo al muelle. Sus narices están enrojecidas, van tomados de las manos. Visten pantalones abrigados, camperas y gorras que cubren sus orejas. También llevan sus elementos de pesca: unas enormes cañas de pescar y una especie de canasta que desborda de cosas.
Cuando llegan al sector del muelle, comienzan a subir lentamente los escalones que los llevarán al lugar donde están los pescadores. Con dificultad logran subir las cañas y los demás elementos. El mar se alborota y las olas golpean los pilares de concreto. En ese momento un hombre muy alto con una enorme campera negra y un sombrero de pescador les impide el paso. Con un gesto de su mano huesuda les indica que no pueden ir al muelle. Las caras de desilusión de los niños no logran convencer al hombre. Uno de los niños se enoja e intentando cubrir a los más pequeños con su cuerpo, le hace frente al hombre. Éste se sorprende e intenta tomar los hombros del niño con sus manos. Pero, el niño le da una certera patada en los tobillos. El hombre no es lo suficientemente hábil ni rápido y el niño logra escapar seguido de los otros dos. Corriendo y arrastrando las cosas a su paso bajan las escaleras. El hombre, enfurecido, los persigue. Les grita muy fuerte. Lejos de asustarse los chicos se mueren de risa. Esto enoja aún más al pescador que corre tras ellos. En el furor de la huída, uno de los chicos pierde una zapatilla. Intenta volver a buscarla pero los otros dos lo toman del brazo y le señalan la proximidad de su enemigo. Los acecha.
Corren unos minutos más. Luego se detienen para mirar al hombre que está agachado, como si le faltara el aire. Ellos, jóvenes y vivaces, siguen corriendo hacia su seguridad. Ya camino a casa rompen el silencio.
- Papá nos dijo que no nos iban a dejar entrar solos al muelle.
- Sí, pero vos ya sos grande.
- Y sí, ayer cumplí siete pero ese señor no lo sabe.
El cielo está azul oscuro y una vez más el mar se aquieta. Una última gaviota vuela a guarecerse y los niños dejan la playa. Juntos los tres caminan más tranquilos. Sus caritas felices dan cuenta de su aventura.

viernes, 28 de agosto de 2009

Colegas

Agotada después de un día arduo de trabajo, Delia decidió comer algo liviano e irse a descansar. La pollera negra y la blusa de seda que había usado para la reunión estaban sobre una silla cerca de su cama. La ventana había quedado entreabierta y una brisa movía levemente la cortina rústica. Delia ponía especial atención en los detalles. En su casa y en su trabajo.
Recostada en su cama pensaba en esa tarde, en la presentación publicitaria del nuevo producto. A su criterio, el evento había sido un éxito. Así lo manifestaron los clientes de la compañía y así también se lo habían hecho saber sus superiores. Sin embargo, uno de sus colegas, Mario, se había manifestado con comentarios poco felices. Ella supo sortear la situación. Lo escuchó pacientemente pero no discutió con él. Confrontarlo sólo hubiera empeorado las cosas. La campaña publicitaria le había sido asignada a pesar de que ella era relativamente nueva en la empresa por eso la hostilidad de su compañero era de esperar.
Sonó el teléfono, Delia se sobresaltó en la cama. Miró el reloj despertador pensando que ya había llegado la hora de levantarse e ir a la oficina. Descubrió con cierto alivio que eran las cuatro de la mañana. Las cuatro de la mañana. El alivio que sintió se transformó en alarma al pensar que si el teléfono sonaba a esas horas era porque algo grave sucedía. Respondió. Nadie le contestó. Cortó. Entonces intentó volver a dormirse. Sintió frío. Otra vez la campanilla del teléfono. Levantó el tubo y nada. Sonó por tercera vez y una voz desconocida le dijo que se cuidara, que estaba haciendo mal las cosas. Delia intentó averiguar quien era la persona del otro lado de la línea, nadie le contestó. Colgó el tubo y se levantó, nerviosa. Se puso un sweater y cerró la ventana que había quedado abierta.
Encendió las luces de su cuarto y se dispuso a ordenar su ropa. Dormir sería una misión imposible, estaba demasiado agitada por los llamados. Otra vez el teléfono. Y esta vez la voz le describió las cosas que ella había hecho, como cerrar la ventana y encender las luces de su habitación. La inquietud de Delia se transformó en terror. Descolgó el teléfono y tomó su celular dispuesta a llamar a la policía.
Mientras intentaba comunicarse trató de pensar quién podría estar detrás de todo eso. Estaba segura de que enemigos no tenía y se negaba a pensar que la situación pudiera tener algo que ver con su trabajo pero las imágenes de la reunión de la empresa volvieron a inundarle la mente. Pensó en Mario. ¿Sería capaz de tanto por celos? Ella sabía que tenía una personalidad difícil pero no creía que pudiera acosarla de ese modo.
El oficial de policía la tranquilizó y le hizo saber que mandaría un móvil a la zona. Minutos más tarde escuchó un auto, se asomó y vio al patrullero. Los llamados cesaron, Delia estaba más tranquila. Ya era demasiado tarde para volver a dormir, así que decidió ducharse y prepararse para ir a la oficina.
Cuando llegó a la empresa, se sentía agotada. El estrés de los llamados anónimos y haber dormido pocas horas la habían afectado mucho. Se dirigió a la oficina de su jefe para decirle que no estaba en condiciones de cerrar el trato con los clientes de la presentación. Eligió no contarle lo que había vivido. Su superior minimizó la situación y le dijo:
- Despreocupate, ya Mario te reemplaza.

domingo, 16 de agosto de 2009

Aprendizaje



A pesar de estar en pleno invierno, el sol es generoso. Acaricia mi cara y el sol y el trago que estoy bebiendo me embriagan levemente. Es temprano para almorzar todavía pero sin dudas la señora Amelia tendrá todo dispuesto en la cocina para el almuerzo del domingo.
Mi mente se transporta a aquellos días en que estabas aquí. Decidías si comeríamos vegetales y pollo o carne asada. Llenabas la casa de flores. Tu perfume me embriagaba aún más que el de los ramos que arreglabas con esmero por aquí y por allá. Para entonces la señora Amelia era un personaje nuevo entre nosotros. Te encargaste de explicarle con delicada paciencia los quehaceres tal como a vos te gustaba que se hicieran. Eras estricta con esas cosas.
Entrecierro los ojos y escucho el trinar de los pájaros. Se confunden, el sol es muy intenso y creen que es primavera. Incluso algunos pimpollos quieren asomarse. Me siento sólo. Los niños corren por el jardín. Igual, estoy sólo. La alegría que me dan nuestros hijos me resulta escasa. Escucharlos hablar sobre sus amigos, la escuela, sus travesuras debería serme suficiente para ser feliz. No lo es. Me siento mal por eso.
Tus recuerdos pueblan mi mente. Verte jugar con los niños era una fiesta. Siempre estabas dispuesta a posponer cualquiera de tus actividades por ellos, para estar con ellos. Me resulta difícil describir tu extrema dedicación y tu amor para con los niños y para conmigo también.
Se que seré capaz de entender algún día. También estoy seguro de que nunca tendré la madurez suficiente para entender que no me lo hayas dicho a los ojos. Tu falta de valor no fue digna de vos. Nunca podré perdonarte haber tenido que leer en esa carta, que recibí de manos de la señora Amelia, que no eras feliz, que nunca lo habías sido. Me temblaban las manos, mi vista estaba borrosa. No podía leer bien tus palabras. Tal vez no las quería leer. Pensé inmediatamente en nuestros días felices. Fueron una mentira.
Y ahora aquí sentado y bebiendo mi gin busco no enloquecer para seguir adelante, para criar a mis hijos, para intentar reencontrarme con el hombre que alguna vez fui antes de conocerte, para aprender a vivir, sin vos.

martes, 21 de julio de 2009

Demasiado tarde


Juan miraba sus manos inquieto. Sentía mucho frío. Sólo vestía un sweater de hilo y unos jeans. Una y otra vez la violencia de la discusión invadía su mente. Los reclamos a gritos de Oscar retumbaban en su cabeza. Las balas estaban sobre el escritorio. Esperaban. Nunca fue un hombre demasiado valiente. Tampoco un cobarde. No, un cobarde no.
Había llegado a su empresa temprano como siempre. Oscar llegó unos minutos más tarde. Hacía diez años que eran socios. Luego de los saludos formales, conversaron sobre los temas del día; después se dispusieron a trabajar. Mientras revisaba sus mails Juan sintió que su socio lo estaba mirando. Levantó la vista. Oscar estaba enfrascado en su tarea, no lo miraba.
El clima de la oficina se había enrarecido. Ellos se conocían mucho. Ambos podían leer en los silencios del otro cuando algo andaba mal. Una brisa suave del río entró por la ventana semi-abierta. Las hojas de las plantas que decoraban la oficina se mecieron lentamente. Juan se puso de pie. En silencio se acercó al escritorio de Oscar y comenzó a hablar. Le dijo que lo sentía, que lo sentía mucho. Su ambición desmedida lo había llevado a utilizar el dinero para inversiones de la empresa en apuestas. Lo había perdido todo. El apoyo financiero que mantenía su negocio vigente ya no existía.
Siguió una larga discusión. Oscar comenzó pidiendo explicaciones y terminó gritándole a Juan que era un traidor. Esa palabra impactó en el alma de Juan. Hubiera preferido una puñalada. Nada de lo que pudo decir pareció suficiente. Juan no esperaba el perdón de su socio. Sin embargo, lo conocía e intentó el diálogo. Fue en vano. Incapaz de entender cualquier tipo de explicación, Oscar decidió irse de allí.
Pasaron las horas. Juan seguía sentado en un rincón y caía la tarde. Su mente lo llevó a los comienzos, a los días en que el negocio era solo un hermoso sueño. Pensó en su familia y en las largas horas de trabajo que lo alejaron de sus otras pasiones. Sentía una inmensa desolación. No pudo levantar el teléfono para hablar con su mujer. Se negaba a compartir ese dolor que era muy suyo.
Se incorporó y tomó las balas. Una por una. Con mucha paciencia y sumo cuidado las colocó en el revólver. La oficina ya estaba en penumbras, se escuchó la sirena de un barco que dejaba el puerto con rumbo incierto. Miró el arma por última vez.

domingo, 12 de julio de 2009

Entre el amor y el odio

Temió lo peor. Entró en la habitación pequeña, revolvió el armario, vació los cajones y nada: entonces se confundieron sus temores. Salió de allí, enfurecido. Caminó con prisa hasta el dormitorio principal. La esperanza de encontrar esos papeles estaba viva en él. Mientras buscaba incansablemente se escuchó el ruido intenso de una puerta al cerrarse. Sin embargo él estaba demasiado concentrado en lo que estaba haciendo.
Accidentalmente vio su rostro en el espejo de la cómoda. No era él, era otra persona. Un hombre que había perdido la confianza en sí mismo y ahora temía perder también su identidad. Su cara desencajada le reflejó que debía tranquilizarse, que con calma obtendría mejores resultados en su búsqueda. Un mechón de pelo gris le caía sobre la frente y varias arrugas se dibujaban debajo de sus ojos cansados.
Un tiempo atrás había comenzado a sospechar de la actitud de Amelia, su esposa y socia en su empresa. Hacía muchos años que estaban juntos. Ella había llegado a su vida cuando él más lo necesitaba. Él valoraba esto pero nunca confió plenamente en ella. No sabía por qué. El amor que sentía por Amelia era muy fuerte, sin embargo el odio que comenzaba a gestarse dentro de él era aún mayor. Esos sentimientos confusos lo perturbaron.
Del espejo pasó al placard. El sector donde ella guardaba su ropa estaba vacío. Un escalofrío le recorrió la espalda. Ninguna de sus cosas estaba donde solían estar. Su mesa de luz estaba vacía. No había ni frascos con crema, ni pulseras, ni aros, ni libros. Solo quedaba el aroma de su perfume en el aire. Todo lo demás se lo había llevado. Amelia lo había abandonado y se había llevado también los documentos originales.
Con gran cuidado, él había recopilado información que constataba que ella estaba cometiendo fraude en su empresa. Amelia ocupaba un cargo que él mismo le había otorgado. Con mucho dolor reunió los elementos que la incriminaban y estaba dispuesto a confrontarla. Ahora estaba seguro que ella tenía esos papeles. Recordó el portazo de hacía un rato. Amelia no podía estar muy lejos. Sin pensar tomó su arma y salió a la calle. Caminó entre la gente como un transeúnte más. Pero no era igual a todos. Tenía un objetivo en mente. Caminó y caminó. Trató de verla en cada rostro de mujer. Finalmente la divisó entre la multitud, a pesar de que era hora pico. Su cabellera dorada era inconfundible, ese pelo largo y rubio lo había impactado esa primera vez. La alcanzó. La tomó del brazo y la dio vuelta. Amelia vio su rostro enfurecido e intentó escapar. Él la empujó y la apuntó con su revolver.
Le disparó en un hombro. Amelia quedó tendida en el suelo pero consciente. Ella lo miraba con los ojos cargados de lágrimas pero sin quejarse de la herida. Con desesperación, él le arrebató la cartera y comenzó a buscar los documentos. Se cruzaron sus miradas. Lo último que ella le dijo fue que ya no podía estar a su lado. Él comprobó que los documentos no estaban en la cartera de Amelia.

domingo, 21 de junio de 2009

Silencios Compartidos


Cuando abrí los ojos lo primero que deseé fue dormirme de nuevo para tener un sueño. Un mal sueño. Ese que ninguna mujer quiere tener. Pero lamentablemente me había despertado a la realidad y los primeros fríos del otoño aún no llegaban. Igual me sentía destemplada.
La noche anterior esperé y esperé, tanto como mis ojos me lo permitieron. Media noche, una, dos, tres de la mañana. Escuché las puertas de un auto. Supuse que era él pero me equivoqué. Luego me quedé dormida.
Llovía. Las gotas de lluvia caían en pequeñas cascadas en la ventana de la cocina. La abrí solo un poco para sentir el olor a tierra húmeda. Ese aroma se confundía con el de las flores que todavía había en mi jardín aunque ya no era primavera. Mientras preparaba el café comencé a recordar nuestros días felices. Cuando nos conocimos. Nuestros sueños juntos. Nuestros proyectos. Escuchar el bullicio de los niños, caminando hacia la escuela, me trajeron de vuelta a la realidad.
Sonó el teléfono. Caminé rápidamente a atender y mil imágenes se apoderaron de mi mente. Temía no poder hablar con él pero al levantar el tubo me di cuenta de que no era él. Entonces escuché la voz de un llamado dando cuenta de un sorteo de un vehículo. Toqué mi corazón: sentía taquicardias. Era demasiado. No podía seguir viviendo así.
Su perfume lo anunció. Abrió la puerta sigilosamente como si fuera la medianoche. Yo estaba sentada en la cocina, paralizada. Fue entonces cuando me volví a enamorar. Su esencia era tan fuerte que me hacía perder el hilo de mis pensamientos. Se dirigió directamente al cuarto. No me atreví a llamarlo. Lo esperé. Esperé que se aproximara. Que me saludara como si nada hubiese sucedido. Esperé sus palabras dulces y sus disculpas.
Minutos más tarde entró en el baño. Escuché el ruido de la ducha que se confundía con la lluvia del patio. Cuando terminó de vestirse se acercó a la cocina. Estábamos en la misma habitación pero me sentía tan lejos de él. Estaba impaciente por escuchar lo que tenía para decirme. Una supuesta explicación cargada de palabras vacías y de sentimientos inventados alcanzaba mi imaginación.
Se sirvió un café y lo endulzó. Nuestras miradas se encontraron. Cuando terminó su desayuno se puso su piloto y partió. No me dijo una sola palabra. A través de la ventana lo vi alejarse y supe que lo seguiría perdonando.

sábado, 6 de junio de 2009

Esos fríos ojos claros

Sus manos jóvenes y cuidadas no le permitían asirse de las paredes. La caída era cada vez más vertiginosa. Caía.
Se despertó con un grito. Su propio grito, como tantas otras veces. El sueño se le repetía desde el primer cuatrimestre de la universidad. Se duchó rápidamente y se dirigió a su trabajo.
Había dejado de ser la mujer segura, la mujer que transmitía tranquilidad a quienes la rodeaban. Cualquier palabra fuera de tono le molestaba y vivía la situación como un ataque hacia su persona. Sus colegas de la facultad la habían notado irascible. Resultaba difícil sostener una charla de compañeros con ella.
Cuando terminó una se sus clases, se le acercó un alumno. Era alto, delgado, muy joven.
- Sé por lo que estás pasando- Le dijo sin mediar explicación alguna.
Ella lo miró asombrada y no pudo decir una sola palabra. Inmediatamente pensó en su sueño recurrente y su estado de irritabilidad.
-Se cómo son tus sueños y cómo te hacen sentir.- agregó el estudiante.
Ella lo miró. Recorrió sus cejas, su nariz, sus pómulos. Notó que sus facciones eran fuertes y agresivas. No había reparado en él en lo que había transcurrido del cuatrimestre. Ni por sus aptitudes, ni por su fisonomía. Tenía ojos grandes, claros y fríos.
- No se de que me estás hablando, y en todo caso mi función es únicamente académica- le aclaró y sin otorgar espacio para continuar al diálogo se dirigió hacia la sala de profesores.
Estaba más irritada que nunca. ¿Quién era ese muchacho? Su estado de ansiedad no le permitía pensar claramente. Tampoco se atrevía a compartir lo sucedido con otro profesor o con algún amigo. Ahora, vivía una pesadilla de noche y se preparaba para vivir otra, de día.
Caía la noche y la angustia se apoderaba de ella. Decidió prepararse algo para cenar. Abrió la heladera. Vacía. Había dejado de lado su costumbre de organizar las compras. La inquietaban los cambios en sus rutinas. Todo tenía un motivo. Entonces optó por llamar a un delivery.
Después de cenar eligió una película. Era evidente que trataba de evitar el sueño. El cansancio pudo más. Cayó rendida en el sofá del living. Otra vez la caída y en la más profunda oscuridad. Lo único que iluminaba su caída eran un par de ojos. Claros. Fríos. Amenazantes. Escuchó una voz que le decía: “No me vuelvas a ignorar”.

jueves, 28 de mayo de 2009

Atrapada


Un túnel oscuro, vacío y sin final.
Un frío helado que recorre sus brazos.
El cuerpo entumecido,
como si tuviera cien años.
Sus pies inmóviles que no la dejan escapar.
La voz ausente,
no puede pedir ayuda.
Las paredes húmedas y agrietadas,
están muy cerca de su piel.
Sus ojos buscan desesperados una salida,
No la hay.
Hay tinieblas, desesperación y desengaño.
Hay dolor,
hay desamor.
Hay hastío, muchas palabras malgastadas.
Un atisbo de rencor que se niega a transformarse en odio.
Y otra vez la culpa se apodera de ella,
la paraliza.
No puede dejar el túnel.
Elige el frío,
la distancia
el amor imaginado.

domingo, 24 de mayo de 2009

Carta de renuncia

A quienes les corresponda:

Me dirijo a Uds. para informarles acerca de mi decisión de renunciar a todas aquellas personas regidas por el pesimismo.

Son adultos en su mayoría, pero son también niños y adolescentes que se educan en las familias donde flota este mal. Absorben el aire viciado que se genera en sus hogares. Lo acumulan lentamente, día a día. Y luego lo dejan ir como quien se libera de un mal que lo aqueja. Lo dejan ir en sus lugares de trabajo, en sus escuelas, entre sus compañeros de oficina y en el recreo. Transmiten inevitablemente el virus que les arde en la piel. Buscan formas variadas de expresar todo pensamiento que, saben, dejaran al prójimo devastado. Los seres que los rodean tendrán pocas posibilidades de retomar el placer de seguir adelante, de pensar en un futuro mejor. Estos hombres y mujeres disfrutan ver como se transforma la cara de los que los rodean, cuando ellos hablan. Se van perfeccionando en su quehacer.

Renuncio a ellos porque son egoístas, oscuros y se niegan a aceptar que puede haber una bocanada de aire fresco o un rayito de sol tenue en sus vidas. Renuncio a ellos porque no aceptan a las personas que miran el cielo cada mañana y agradecen estar vivos. Tampoco ven con buenos ojos a los que buscan desesperadamente una luz que los ayude a ver que algo bueno se aproxima.

Sin otro particular y deseando que esta situación se revierta, me despido atentamente.

Silvina Tauz.

lunes, 11 de mayo de 2009

La desmetamorfosis

Para el Gran Zaiper
Las dulces notas brotaban del violín de Grete. Los inquilinos disfrutaban del concierto.
Gregor absorbió lentamente la melodía que envolvía la casa. Comenzó a deslizarse. Salió de detrás del sofá que lo ocultaba. Le gustaba la música. Siempre le había gustado. Su aspecto cambiaba al compás del violín. Ya no tenía el cuerpo de un escarabajo. Ya no sentía dolor. Era Gregor, el hombre, otra vez. Ingresó tímidamente al lugar de donde provenía la música. Lo vieron. En ese instante decidió que ya no formaba parte de esa familia.

sábado, 2 de mayo de 2009

El paseador de la oscuridad

Cuando no quedan rastros del día y las almas se guarecen de la noche, el paseador de la oscuridad se aventura a las calles de la ciudad. No tiene un rumbo fijo, cruza la plaza distraído. Una pareja se confunde en caricias sin fin. Un ave en vuelo se apresura a llegar a su nido. Se siente una brisa fresca que hace revolotear a las hojas secas de otoño. Las intenta detener con su pie. No puede. Huyen rápidamente. Mira hacia arriba y ve los despojos del cielo.
Su condición lo obliga a buscar algo que lo llena de culpa. Sabe, sin embargo que vive inmerso en una comunidad pecaminosa. Un grupo de adolescentes caminan despreocupados por la vereda de enfrente. Se divierten.
Su andar es lento, confiado. Observa los edificios que lo rodean. Piensa en los hombres y mujeres que los habitan. Se detiene porque intuye que acaba de encontrar lo que necesita. Huele su alimento. Está cerca. La sangre de su víctima lo atrae. Da unos pocos pasos y ataca. Tiene que sobrevivir. Como todos.

sábado, 28 de marzo de 2009

En camino

Buceo profundamente el océano de mi vida
descubro la mujer que fui y que soy
no encuentro
no quiero encontrar todavía
a la mujer que quiero ser.

El mar que navego tiene la ilusión de lo desconocido
la incertidumbre me desespera y me obliga a seguir buscando.
Me empeño en llegar a aguas más tranquilas,
pero la brisa me niega.

Respiro el aire de una isla cercana
lo busco
lo diseño
lo construyo
pero no me es fácil compartirlo.

Vuelvo a sumergirme
y respiro aliviada
y me siento en camino.

jueves, 26 de marzo de 2009

Atravesar los miedos

Mientras se vestía el corazón con fuerza mil palabras se dibujaron en su mente. Aún sin estar seguro de haber encontrado las correctas, ese día iba a hablarle. Se aseguró de lucir prolijo y de usar el perfume nuevo que recibió para su cumpleaños. Se calzó sus zapatillas limpias. Caminó un par de cuadras. Le temblaban las piernas. Respiró profundo y pensó en sus posibles reacciones: sus ojos azules enormes se tornarían más grandes aún; no podría disimular su sonrisa; le temblarían las piernas. Le hubiera gustado que ella viviera más lejos. El ejercicio le aflojaba la tensión que sentía en todo el cuerpo. Pero ya estaba en la puerta de su casa y tenía que enfrentar el momento de la verdad. El fuerte ladrido del perro del vecino no lo dejaba pensar. Un pajarito tornasolado se dirigía a su nido, con una ramita en el pico.
Una brisa suave le erizó la piel. Tocó el timbre. Durante algunos segundos nadie se asomó a la puerta. El pajarito llegó a su morada . El perro del vecino no cesaba de ladrar. Alguien se dejó ver entre las cortinas de una de las ventanas. No era ella.
Ahora estaba más tranquilo. Sabía que en cuestión de minutos ella estaría en la puerta. Luciría su vestido blanco con puntillas. Se vería radiante. Feliz. Entonces se disiparon todos sus miedos. Iba a ser el momento de pedirle que fuera su novia; después de todo, ya había cumplido diez años.

jueves, 12 de marzo de 2009

Intentar otro camino

Es domingo y recién deja de llover. Nadie esperaba esos chaparrones porque es domingo: es el día del sol. Por eso y, a pesar del agua, ahora se escurren unos rayos furtivos entre los pinos gigantes. El verde de las hojas de todas las plantas está más verde que nunca. Es un verde limpio, fresco, casi de primavera. Pero las bolitas de paraíso color café con leche le cuentan que ya casi es otoño. Algunos chicos disfrutan esta tarde, corren, gritan mientras que sus mamás arreglan el jardín. Quedan pocas flores, algunas están en el suelo. Inés salta un charco. Un señor en shorts lava la vereda añosa, sin color, con una manguera de la misma antigüedad. Cruza la calle y detrás de ella ve dos cuatriciclos que huyen como queriendo olvidar que no están en las dunas de la playa. Una paloma pequeña se aventura a cruzar la misma calle dando diminutos saltitos. Tal vez tenga las alas heridas. No vuela. Inés espera para asegurarse que termine su travesía. Lo logra.
Cuadras más adelante el silencio la abruma. Solo percibe el vaivén de las ramas porque la brisa es muy suave. No quiere escuchar sus pensamientos. No quiere volver a equivocarse. Siente que su travesía es más peligrosa aún que la que emprendiera el ave que observó minutos antes. El camino que decide emprender cambiará su destino. Entonces lo ve parado en el portón de la casa. Ve el rostro de un hombre cansado. Inés se detiene. Contempla al hombre que alguna vez le prometió el cielo y las estrellas. El hombre que se quedó en las promesas; que no supo darle el lugar que ella se merecía o creía merecer. Inés sabía que sus mundos eran desiguales pero tenía esa ilusión de cuentos de hadas. El amor todo lo puede. Se acerca unos pasos. Duda. Los recuerdos dulces la embriagan. Se confunden con el desamparo. Habían pautado un tiempo separados y era el momento de regresar.
Entonces Inés ve como él se lleva la radio al oído. Es domingo. Está escuchando el partido de futbol como siempre a esa hora, todos los domingos. También cuida a su perro blanco que lo mira con sus enormes ojos saltones. Y se le aclara la mente, se disipan las dudas. Inés sabe que es momento de volver sobre sus pasos e intentar otro camino. Tal vez debe dar pequeños saltitos. Tal vez debe reflexionar y aprender. Pero no debe detenerse. Inés respira aliviada. Siente el perfume de la tierra húmeda que se confunde con el aroma de las últimas flores de primavera.

domingo, 1 de marzo de 2009

Diez años después

El aroma a fresias se percibía en el comedor. El florero estaba dispuesto en el centro de la mesa, vestida con todos los detalles. El mantel de fino hilo blanco, que fuera bordado por la abuela en otros tiempos, caía casi hasta el piso. Dos platos de porcelana colocados prolijamente realzaban el buen gusto de la dueña de casa. El brillo de las copas de cristal iluminaba el lugar, todavía en penumbras. Había música suave de fondo que invitaría a los comensales a vivir una velada inolvidable.
El comedor estaba decorado con unos pocos cuadros. Un ventanal muy amplio daba al parque trasero. Dos cortinados en tonalidades de beige estaban levantados con gruesas sogas de hilo dorado y dejaban ver el jardín inundado con frescas flores de primavera.
Ya eran las nueve y treinta y Andrea iba y venía ultimando los detalles. Su esposo y los niños habían decidido pasar un tiempo juntos y dejar a mamá que disfrutara del reencuentro. Eligió algunas bebidas para ofrecer como aperitivo y comenzó a prepararlas. La cena estaba a punto. Sonó el timbre. El corazón de Andrea comenzó a latir con fuerza. Le costaba entender porqué tenía esa sensación. Sensación que la llevaba a rememorar su pasión adolescente. Mientras caminaba hasta la puerta desfilaron por su mente múltiples imágenes. Recuerdos de su infancia que atesoraba y se negaba a dejar ir. Otros tiempos vividos con intensidad daban cuenta del amor filial. Pero habían pasado muchos años sin verse, sin hablarse, sin saber nada una de la otra.
Andrea abrió la puerta. Allí estaba ella, su hermana, a la que no había visto durante diez años.

sábado, 14 de febrero de 2009

Un viernes especial

Cuando salió del ascensor lo golpeó el bullicio inconfundible de la gran ciudad. Caminó unos pasos. Distintas imágenes poblaron su mente. Pensó en sus horas de lectura sentado en su sillón favorito, en las largas charlas con su amigo José, en los domingos de deporte. Acarició su cara la brisa fresca del lago Lacar de su último viaje. Cruzó la puerta del edificio de oficinas donde trabajaba y era viernes. Salió a la calle decidido a transitar la calle Florida sin apuro. La gente que pasaba a su lado eran actores de otra película. Corrían en todas direcciones. Música, bocinas y conversaciones en todos los tonos de voz. Levantó la vista. No encontró el sol. Apenas una franja teñida de gris daba cuenta del cielo. A sus costados se erigían los edificios como moles gigantes dispuestas a saborear a los transeúntes. Pasó a su lado un chico de un delivery. Un adolescente conectado a sus cables, ignorando la vida a su alrededor. Martín se permitió descubrir a la gente que caminaba cerca de él.
Después de transitar dos cuadras, se detuvo en un kiosco de diarios y revistas. Un hombre con rasgos cansados estaba semiescondido entre los periódicos. Martín lo saludó por cortesía pero nunca antes se había fijado en él. Pasaba por ese puesto todos los días de su vida. Su abundante cabellera negra decía que no debería tener mucho más que cuarenta o cuarenta y cinco años. Mientras Martín daba un rápido vistazo a los titulares más importantes del día, el hombre se asomó de su escondite y le dijo:
- ¿Hoy no corres a tomar el subte como todos los demás?
- Perdón, ¿me conoce?- preguntó Martín sorprendido.
-Se que pasas a diario por aquí y trabajas en una oficina que está a pocas cuadras - dijo el hombre.
Martín se quedó perplejo al escuchar estas palabras. Miles de personas transitaban sin cesar las cuadras de la calle Florida. Era prácticamente imposible que este hombre lo pudiera distinguir entre ese gentío. Se quedó pensando unos instantes y dijo:
- Usted puede decir eso de cualquier persona.
- No de cualquier persona, sé que hoy es un día especial para vos, que tomaste la decisión que tuviste en mente por tanto tiempo, por ejemplo- explicó el hombre.
Martín estaba cada vez más confundido. Sintió la urgencia de correr pero se quedó paralizado y mudo. No se atrevió a preguntar. Lo miró al quiosquero pero no emitió palabra alguna. Se dio vuelta como buscando la cámara oculta de algún programa de televisión. Nada. La gente caminaba a su lado en plena hora pico. Algunos se detenían a mirar las revistas y los libros del kiosco. El hombre comenzó a atender a algunos de ellos. Martín supo que ese había sido un incidente fortuito. Decidió restarle importancia y se dirigió a tomar el subte, como todos los días. Sonó su celular. Martín lo atendió y dijo:
- Si, ¡RENUNCIÉ!

miércoles, 4 de febrero de 2009

Cuando está el sol


Todas las mañanas me regalo un momento para mirar el cielo. Muchas veces pienso en el cielo limpio y claro del sur, cuando está azul celeste. Esos pinos ancestrales se elevan como queriendo acariciar el infinito. Otras, me imagino el cielo del mar. Cuando estoy en la costa le presto especial atención a la forma en que el cielo se pierde en el horizonte del océano. Las nubes se escapan como queriendo transportarse a otros lugares dándole tranquilidad a los turistas. El celeste intenso, sin nubes y con el sol a pleno me llena de energía.
Pero cuando todo es gris, también me siento de ese color. Es entonces cuando necesitaría una máquina atrapasoles como la que creara mi amiga Keiko. ¡Qué fácil sería empezar el día sabiendo que tenemos la magia del sol asegurada!
Cuando está el sol, todo es diferente. La gente tiene mejor humor. Alguien me dijo que las personas que viven en lugares con cielos nublados permanentes tienen un carácter sombrío por naturaleza, y yo lo creo.
El atrapasoles sería la solución. Traería luz a todos aquellos que sienten que no queda ni un solo rayito de esperanza para ellos. Calor a los que no tienen con quien compartir sus vidas. Energía a la gente que necesitó usarla toda y sin previo aviso. Calidez a los que creen que disfrazarse de desagradable les allanará el camino sinuoso y áspero que les tocó vivir.
Es solo un deseo, una ilusión. Si jugamos a que existe, tal vez, algún día se convierta en realidad.

lunes, 2 de febrero de 2009

Marumba

Ayer me dijeron que Marumba estaba llegando. No lo entiendo. Lo pasamos bien, así. Con mi papá juego, aunque a veces se enoja porque dice que no dejo de moverme y que lo vuelvo loco. La verdad es que no puedo dejar de correr y de jugar. El no sabe, es grande. Mi mamá se enoja más y habla todo el tiempo de Marumba y esto y lo otro y por qué no para… Me estoy cansando.
Ya era la hora de ir a la escuela, yo quería quedarme en mi casa. Pero no. Tuve que ir.
A veces pienso en mi papá cuando me dice que me quede quieta. ¿Qué haría mi papá con todos los nenes que tiene la seño? Suben, bajan, gritan. Gritan fuerte.

Termina la escuela. Hoy. Mañana tengo que volver. Pero no dejaba de pensar en Marumba. Quisiera sacarla de mi cabeza y no puedo. Siempre está allí. Me gustaría saber que opina mi papá de Marumba. A veces creo que esto de que venga es cosa de mi mamá. Es ella la que está obsesionada.

En casa es peor porque viene mi abuela o mis tíos y me preguntan por Marumba. A veces creo que voy a enloquecer. Todos insisten en que la tengo que querer, que cuidar y otras cosas más. Yo, en realidad, cada día la quiero un poco menos.

Creo que voy a tener que acostumbrarme a la idea porque le pedí a mi mamá que no viniera Marumba. Me dijo que Marumba iba a llegar y la íbamos a querer mucho, todos. Que la teníamos que proteger, que era muy chiquita. Fue entonces cuando empecé a entender que Marumba iba a ser importante en mi vida.

jueves, 15 de enero de 2009

¿Un respiro?

Había planeado ese viaje minuciosamente con el propósito de hablarle. Los dos se debían un respiro. El trabajo, la facultad y mil problemas los tenía agobiados, pero fue ella la que insistió. Quería descansar tres días en las Termas.
- ¿Tenés todo listo? – preguntó él, - yo traje un bolso sólo- agregó, como incitándola a ella a hacer lo mismo.
- Sólo falta cargar mis bolsos en el auto- dijo ella, estudiándolo para ver si él estaba realmente feliz.
- Bueno, subo todo y vamos. ¿Chequeaste las reservas en el hotel? Yo no tengo la misma confianza que vos cuando se trata de contratar un servicio por Internet.
- ¡No seas retrógrado! , sí, está todo chequeado. Además, el hotel me lo recomendó Ana, mi compañera de la oficina, ¿te acordás que te comenté? A veces pienso que no me escuchas cuando te habló- agregó ella con tono enojado.
Emprendieron el camino hacia Entre Ríos. Los esperaba un viaje de tres horas o tres horas y media a más tardar. Ella estaba un tanto preocupada por el verdadero motivo de esa escapada. Él, en cambio, pensaba sólo en descansar y relajarse en las aguas termales.
- ¿Cuántos kilómetros faltarán? – preguntó ella, recordándose haciendo la misma pregunta a su padre, cuando viajaban en familia.
Entonces él le preguntó irónicamente se tenía diez años y agregó:
- ¿Estás contenta que estamos viajando como querías? Fue una buena idea, tuve suerte que el supervisor me adelantara el franco para este viernes.
Ella permaneció en silencio por unos kilómetros. Pensó y volvió a pensar qué frases usar para sacar el tema. Finalmente, respiró profundo e incapaz de esperar la distancia que faltaba para llegar al hotel, le dijo:
- Estuve pensando…- palabras peligrosas si las hay, pero no encontró otras. – El próximo verano vamos a cumplir 6 años de estar juntos…
El la miró, sacando su vista de la ruta por unos instantes. Su cara, ahora, mostraba interés y preocupación, especialmente preocupación. La conocía lo suficiente para saber que ese no era un diálogo inocente.
- Si, ¿tenés ganas de que organicemos algo especial? – le dijo él, como queriendo cambiar el rumbo de la conversación que sabía, o creía saber hacia donde se dirigía.
- No, tengo otra idea en mente…-dijo ella, como dándole pie a él para adivinar.
Pero él no quería adivinar. Matrimonio no era una opción, al menos por ahora. Un silencio incómodo los invadió.
El manejaba con la vista fija en la ruta y pensaba. Rápidamente el auto devoró la distancia que los separaba de las Termas. Cuando llegaron, ella le tomó el brazo y le preguntó:
- ¿Nos mudamos juntos?

sábado, 10 de enero de 2009

De la vocación y el trabajo


“Profe, yo voy a estudiar algo que me deje plata”, dijo Manu a viva voz en tercero de Polimodal, cuando los interrogué acerca de su futuro inmediato. En ese momento comenzó inevitablemente el debate. ¿Estudio lo que me gusta o estudio una carrera con la que gane dinero? Contrariamente a lo que muchos adultos opinan de los adolescentes, son seres inteligentes y muy sensibles. Veinte años de docencia no me dejan mentir.
Entonces, los calmo y les explico que van a pasar muchas horas de sus vidas en el lugar de trabajo. Que van a compartir más tiempo con sus compañeros de oficina que con los compañeros que elijan para la vida. Que es muy, pero muy importante que les guste lo que van a elegir porque se transformará, quieran o no, en el centro de sus días.
Pero los alumnos viven en esta realidad argentina y saben cuanto les cuesta a mamá y a papá comprarles lo que necesitan para estudiar y ahorrar para unos días de vacaciones. Es muy difícil que entiendan esto de la vocación. Saben que si quieren algo, necesitan dinero. Algunas carreras prometen un gran ingreso mensual y los tienta.
Me concentro en sensibilizarlos, en hacerles ver que lo mejor es que vivan con alegría. Trato de que busquen en su interior todo aquello que les cuente qué es lo más les gusta.
Les doy ejemplos de personas que eligieron pensando en la billetera y no en ellos mismos. Los hago reflexionar y reflexiono: ¿haré bien en hacerlos pensar tanto?

martes, 6 de enero de 2009

De mitos y leyendas

Con la ayuda de su dama de compañía, Corina se preparó para la fiesta de gala que ofrecían los Anchorena. Decidió vestir el atuendo de seda azul que recientemente había encargado a Europa, las joyas más exquisitas que tenía y el sombrero de diseño italiano que ostentaba una pluma violeta. Corina sabía que esa ocasión era especial. El joven Anchorena la había cautivado y no eran muchos los momentos en que coincidían. Debía desplegar sus encantos. Ni sus padres ni sus hermanos sospechaban los motivos de tanto esmero.
El palacio era abrumador; sus grandes columnas de mármol macizo, sus pisos impecables, las paredes destilaban arte y buen gusto. Pero nada se podía comparar con la presencia del hombre que Corina había elegido para compartir su vida. Él era joven, fuerte, ambicioso. Ambos pensaron que la recepción en el Palacio sería el marco ideal para anunciar su compromiso.
Corina provenía de una familia adinerada aunque los Kavanagh no gozaban del prestigio y la alcurnia de los Anchorena. La pareja no sospechaba el giro inesperado que el destino les tenía preparado.
En un momento de la fiesta el joven Anchorena se aproximó a su padre y lo hizo partícipe de sus intenciones matrimoniales. Sin mediar explicación alguna, le prohibió a su hijo semejante unión. Corina observaba impávida los acontecimientos desde un extremo del salón.
El joven Anchorena había aprendido desde muy pequeño que era inútil contrariar a su padre, que su poder era indiscutible y que debería acatar sus órdenes si elegía seguir perteneciendo a una de las familias de más alta alcurnia de Buenos Aires. Corina dejó el salón sin permitir diálogo alguno con su amado. Se prometió, sin embargo, idear una dulce venganza.
Los Anchorena habían construido la iglesia del Santísimo Sacramento como futuro sepulcro familiar. Corina entendía que tal edificio era el orgullo y la pasión del padre de su amado. Entonces supo que si mandaba a construir un edificio en San Martín y Florida impediría a los Anchorena observar con deleite su obra tan señorial.
Dedicó así su tiempo y su esfuerzo a erigir el edificio más alto de Buenos Aires como demostración de repudio del amor que no fue.

sábado, 3 de enero de 2009

Detrás de la puerta



Al abrir la puerta me encontraré con algunos miedos que me hicieron mella,
y la lucha despiadada por vencerlos.
Con el perfume de las violetas de la casa de la abuela.
Con el hilo de seda entrelazado en sus manos para enseñarme a tejer crochet.
Con su voz dulce que me enseña, me contiene, me cuida, me quiere.
Con mis historias de niña que plasmaba en el papel.
Y las palabras de aliento de la señorita de sexto grado para que no dejara de escribir.
Con mi escuela secundaria y aquel novio que no fue.
Con algunas experiencias vividas que no repetiría.
Pero además me encontraré con mis hijos ya hombres,
viviendo una vida feliz.
Con el jardín de mi casa y el aroma de mis rosales.
Con su mirada celeste cielo siguiendo mi andar a sol y a sombra.
Con tiempo de descanso junto a un lago y absorbiendo la vida de a dos.
Lo que fue y lo que vendrá estará detrás de la puerta,
elijo abrirla muy lentamente.
Elijo descubrir.