viernes, 28 de agosto de 2009

Colegas

Agotada después de un día arduo de trabajo, Delia decidió comer algo liviano e irse a descansar. La pollera negra y la blusa de seda que había usado para la reunión estaban sobre una silla cerca de su cama. La ventana había quedado entreabierta y una brisa movía levemente la cortina rústica. Delia ponía especial atención en los detalles. En su casa y en su trabajo.
Recostada en su cama pensaba en esa tarde, en la presentación publicitaria del nuevo producto. A su criterio, el evento había sido un éxito. Así lo manifestaron los clientes de la compañía y así también se lo habían hecho saber sus superiores. Sin embargo, uno de sus colegas, Mario, se había manifestado con comentarios poco felices. Ella supo sortear la situación. Lo escuchó pacientemente pero no discutió con él. Confrontarlo sólo hubiera empeorado las cosas. La campaña publicitaria le había sido asignada a pesar de que ella era relativamente nueva en la empresa por eso la hostilidad de su compañero era de esperar.
Sonó el teléfono, Delia se sobresaltó en la cama. Miró el reloj despertador pensando que ya había llegado la hora de levantarse e ir a la oficina. Descubrió con cierto alivio que eran las cuatro de la mañana. Las cuatro de la mañana. El alivio que sintió se transformó en alarma al pensar que si el teléfono sonaba a esas horas era porque algo grave sucedía. Respondió. Nadie le contestó. Cortó. Entonces intentó volver a dormirse. Sintió frío. Otra vez la campanilla del teléfono. Levantó el tubo y nada. Sonó por tercera vez y una voz desconocida le dijo que se cuidara, que estaba haciendo mal las cosas. Delia intentó averiguar quien era la persona del otro lado de la línea, nadie le contestó. Colgó el tubo y se levantó, nerviosa. Se puso un sweater y cerró la ventana que había quedado abierta.
Encendió las luces de su cuarto y se dispuso a ordenar su ropa. Dormir sería una misión imposible, estaba demasiado agitada por los llamados. Otra vez el teléfono. Y esta vez la voz le describió las cosas que ella había hecho, como cerrar la ventana y encender las luces de su habitación. La inquietud de Delia se transformó en terror. Descolgó el teléfono y tomó su celular dispuesta a llamar a la policía.
Mientras intentaba comunicarse trató de pensar quién podría estar detrás de todo eso. Estaba segura de que enemigos no tenía y se negaba a pensar que la situación pudiera tener algo que ver con su trabajo pero las imágenes de la reunión de la empresa volvieron a inundarle la mente. Pensó en Mario. ¿Sería capaz de tanto por celos? Ella sabía que tenía una personalidad difícil pero no creía que pudiera acosarla de ese modo.
El oficial de policía la tranquilizó y le hizo saber que mandaría un móvil a la zona. Minutos más tarde escuchó un auto, se asomó y vio al patrullero. Los llamados cesaron, Delia estaba más tranquila. Ya era demasiado tarde para volver a dormir, así que decidió ducharse y prepararse para ir a la oficina.
Cuando llegó a la empresa, se sentía agotada. El estrés de los llamados anónimos y haber dormido pocas horas la habían afectado mucho. Se dirigió a la oficina de su jefe para decirle que no estaba en condiciones de cerrar el trato con los clientes de la presentación. Eligió no contarle lo que había vivido. Su superior minimizó la situación y le dijo:
- Despreocupate, ya Mario te reemplaza.

domingo, 16 de agosto de 2009

Aprendizaje



A pesar de estar en pleno invierno, el sol es generoso. Acaricia mi cara y el sol y el trago que estoy bebiendo me embriagan levemente. Es temprano para almorzar todavía pero sin dudas la señora Amelia tendrá todo dispuesto en la cocina para el almuerzo del domingo.
Mi mente se transporta a aquellos días en que estabas aquí. Decidías si comeríamos vegetales y pollo o carne asada. Llenabas la casa de flores. Tu perfume me embriagaba aún más que el de los ramos que arreglabas con esmero por aquí y por allá. Para entonces la señora Amelia era un personaje nuevo entre nosotros. Te encargaste de explicarle con delicada paciencia los quehaceres tal como a vos te gustaba que se hicieran. Eras estricta con esas cosas.
Entrecierro los ojos y escucho el trinar de los pájaros. Se confunden, el sol es muy intenso y creen que es primavera. Incluso algunos pimpollos quieren asomarse. Me siento sólo. Los niños corren por el jardín. Igual, estoy sólo. La alegría que me dan nuestros hijos me resulta escasa. Escucharlos hablar sobre sus amigos, la escuela, sus travesuras debería serme suficiente para ser feliz. No lo es. Me siento mal por eso.
Tus recuerdos pueblan mi mente. Verte jugar con los niños era una fiesta. Siempre estabas dispuesta a posponer cualquiera de tus actividades por ellos, para estar con ellos. Me resulta difícil describir tu extrema dedicación y tu amor para con los niños y para conmigo también.
Se que seré capaz de entender algún día. También estoy seguro de que nunca tendré la madurez suficiente para entender que no me lo hayas dicho a los ojos. Tu falta de valor no fue digna de vos. Nunca podré perdonarte haber tenido que leer en esa carta, que recibí de manos de la señora Amelia, que no eras feliz, que nunca lo habías sido. Me temblaban las manos, mi vista estaba borrosa. No podía leer bien tus palabras. Tal vez no las quería leer. Pensé inmediatamente en nuestros días felices. Fueron una mentira.
Y ahora aquí sentado y bebiendo mi gin busco no enloquecer para seguir adelante, para criar a mis hijos, para intentar reencontrarme con el hombre que alguna vez fui antes de conocerte, para aprender a vivir, sin vos.