domingo, 1 de marzo de 2009

Diez años después

El aroma a fresias se percibía en el comedor. El florero estaba dispuesto en el centro de la mesa, vestida con todos los detalles. El mantel de fino hilo blanco, que fuera bordado por la abuela en otros tiempos, caía casi hasta el piso. Dos platos de porcelana colocados prolijamente realzaban el buen gusto de la dueña de casa. El brillo de las copas de cristal iluminaba el lugar, todavía en penumbras. Había música suave de fondo que invitaría a los comensales a vivir una velada inolvidable.
El comedor estaba decorado con unos pocos cuadros. Un ventanal muy amplio daba al parque trasero. Dos cortinados en tonalidades de beige estaban levantados con gruesas sogas de hilo dorado y dejaban ver el jardín inundado con frescas flores de primavera.
Ya eran las nueve y treinta y Andrea iba y venía ultimando los detalles. Su esposo y los niños habían decidido pasar un tiempo juntos y dejar a mamá que disfrutara del reencuentro. Eligió algunas bebidas para ofrecer como aperitivo y comenzó a prepararlas. La cena estaba a punto. Sonó el timbre. El corazón de Andrea comenzó a latir con fuerza. Le costaba entender porqué tenía esa sensación. Sensación que la llevaba a rememorar su pasión adolescente. Mientras caminaba hasta la puerta desfilaron por su mente múltiples imágenes. Recuerdos de su infancia que atesoraba y se negaba a dejar ir. Otros tiempos vividos con intensidad daban cuenta del amor filial. Pero habían pasado muchos años sin verse, sin hablarse, sin saber nada una de la otra.
Andrea abrió la puerta. Allí estaba ella, su hermana, a la que no había visto durante diez años.

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