Es domingo y recién deja de llover. Nadie esperaba esos chaparrones porque es domingo: es el día del sol. Por eso y, a pesar del agua, ahora se escurren unos rayos furtivos entre los pinos gigantes. El verde de las hojas de todas las plantas está más verde que nunca. Es un verde limpio, fresco, casi de primavera. Pero las bolitas de paraíso color café con leche le cuentan que ya casi es otoño. Algunos chicos disfrutan esta tarde, corren, gritan mientras que sus mamás arreglan el jardín. Quedan pocas flores, algunas están en el suelo. Inés salta un charco. Un señor en shorts lava la vereda añosa, sin color, con una manguera de la misma antigüedad. Cruza la calle y detrás de ella ve dos cuatriciclos que huyen como queriendo olvidar que no están en las dunas de la playa. Una paloma pequeña se aventura a cruzar la misma calle dando diminutos saltitos. Tal vez tenga las alas heridas. No vuela. Inés espera para asegurarse que termine su travesía. Lo logra.
Cuadras más adelante el silencio la abruma. Solo percibe el vaivén de las ramas porque la brisa es muy suave. No quiere escuchar sus pensamientos. No quiere volver a equivocarse. Siente que su travesía es más peligrosa aún que la que emprendiera el ave que observó minutos antes. El camino que decide emprender cambiará su destino. Entonces lo ve parado en el portón de la casa. Ve el rostro de un hombre cansado. Inés se detiene. Contempla al hombre que alguna vez le prometió el cielo y las estrellas. El hombre que se quedó en las promesas; que no supo darle el lugar que ella se merecía o creía merecer. Inés sabía que sus mundos eran desiguales pero tenía esa ilusión de cuentos de hadas. El amor todo lo puede. Se acerca unos pasos. Duda. Los recuerdos dulces la embriagan. Se confunden con el desamparo. Habían pautado un tiempo separados y era el momento de regresar.
Entonces Inés ve como él se lleva la radio al oído. Es domingo. Está escuchando el partido de futbol como siempre a esa hora, todos los domingos. También cuida a su perro blanco que lo mira con sus enormes ojos saltones. Y se le aclara la mente, se disipan las dudas. Inés sabe que es momento de volver sobre sus pasos e intentar otro camino. Tal vez debe dar pequeños saltitos. Tal vez debe reflexionar y aprender. Pero no debe detenerse. Inés respira aliviada. Siente el perfume de la tierra húmeda que se confunde con el aroma de las últimas flores de primavera.
Cuadras más adelante el silencio la abruma. Solo percibe el vaivén de las ramas porque la brisa es muy suave. No quiere escuchar sus pensamientos. No quiere volver a equivocarse. Siente que su travesía es más peligrosa aún que la que emprendiera el ave que observó minutos antes. El camino que decide emprender cambiará su destino. Entonces lo ve parado en el portón de la casa. Ve el rostro de un hombre cansado. Inés se detiene. Contempla al hombre que alguna vez le prometió el cielo y las estrellas. El hombre que se quedó en las promesas; que no supo darle el lugar que ella se merecía o creía merecer. Inés sabía que sus mundos eran desiguales pero tenía esa ilusión de cuentos de hadas. El amor todo lo puede. Se acerca unos pasos. Duda. Los recuerdos dulces la embriagan. Se confunden con el desamparo. Habían pautado un tiempo separados y era el momento de regresar.
Entonces Inés ve como él se lleva la radio al oído. Es domingo. Está escuchando el partido de futbol como siempre a esa hora, todos los domingos. También cuida a su perro blanco que lo mira con sus enormes ojos saltones. Y se le aclara la mente, se disipan las dudas. Inés sabe que es momento de volver sobre sus pasos e intentar otro camino. Tal vez debe dar pequeños saltitos. Tal vez debe reflexionar y aprender. Pero no debe detenerse. Inés respira aliviada. Siente el perfume de la tierra húmeda que se confunde con el aroma de las últimas flores de primavera.
Lindo texto, con buenas descripciones.
ResponderEliminarSaluditos
Bea
GRACIAS, Bea! Te extrañamos... no dejes de avisarnos cuando es tu presentación.
ResponderEliminarSaludos, Sil.
Muy bueno Sil!! Me sorprendiste!
ResponderEliminarBesos
GRACE
Me alegro que te guste, Grace!
ResponderEliminarCariños, Sil.
Silvina:
ResponderEliminarya empezaste a recorrer un camino nuevo...
¡quién te para ahora!...
Un abrazo enorme, enorme.
Keiko.
Gracias mil, amiga! Me encanta que veas un cambio en éste mi nuevo camino.
ResponderEliminarCariños, Sil.