Cuando salió del ascensor lo golpeó el bullicio inconfundible de la gran ciudad. Caminó unos pasos. Distintas imágenes poblaron su mente. Pensó en sus horas de lectura sentado en su sillón favorito, en las largas charlas con su amigo José, en los domingos de deporte. Acarició su cara la brisa fresca del lago Lacar de su último viaje. Cruzó la puerta del edificio de oficinas donde trabajaba y era viernes. Salió a la calle decidido a transitar la calle Florida sin apuro. La gente que pasaba a su lado eran actores de otra película. Corrían en todas direcciones. Música, bocinas y conversaciones en todos los tonos de voz. Levantó la vista. No encontró el sol. Apenas una franja teñida de gris daba cuenta del cielo. A sus costados se erigían los edificios como moles gigantes dispuestas a saborear a los transeúntes. Pasó a su lado un chico de un delivery. Un adolescente conectado a sus cables, ignorando la vida a su alrededor. Martín se permitió descubrir a la gente que caminaba cerca de él.
Después de transitar dos cuadras, se detuvo en un kiosco de diarios y revistas. Un hombre con rasgos cansados estaba semiescondido entre los periódicos. Martín lo saludó por cortesía pero nunca antes se había fijado en él. Pasaba por ese puesto todos los días de su vida. Su abundante cabellera negra decía que no debería tener mucho más que cuarenta o cuarenta y cinco años. Mientras Martín daba un rápido vistazo a los titulares más importantes del día, el hombre se asomó de su escondite y le dijo:
- ¿Hoy no corres a tomar el subte como todos los demás?
- Perdón, ¿me conoce?- preguntó Martín sorprendido.
-Se que pasas a diario por aquí y trabajas en una oficina que está a pocas cuadras - dijo el hombre.
Martín se quedó perplejo al escuchar estas palabras. Miles de personas transitaban sin cesar las cuadras de la calle Florida. Era prácticamente imposible que este hombre lo pudiera distinguir entre ese gentío. Se quedó pensando unos instantes y dijo:
- Usted puede decir eso de cualquier persona.
- No de cualquier persona, sé que hoy es un día especial para vos, que tomaste la decisión que tuviste en mente por tanto tiempo, por ejemplo- explicó el hombre.
Martín estaba cada vez más confundido. Sintió la urgencia de correr pero se quedó paralizado y mudo. No se atrevió a preguntar. Lo miró al quiosquero pero no emitió palabra alguna. Se dio vuelta como buscando la cámara oculta de algún programa de televisión. Nada. La gente caminaba a su lado en plena hora pico. Algunos se detenían a mirar las revistas y los libros del kiosco. El hombre comenzó a atender a algunos de ellos. Martín supo que ese había sido un incidente fortuito. Decidió restarle importancia y se dirigió a tomar el subte, como todos los días. Sonó su celular. Martín lo atendió y dijo:
- Si, ¡RENUNCIÉ!
Después de transitar dos cuadras, se detuvo en un kiosco de diarios y revistas. Un hombre con rasgos cansados estaba semiescondido entre los periódicos. Martín lo saludó por cortesía pero nunca antes se había fijado en él. Pasaba por ese puesto todos los días de su vida. Su abundante cabellera negra decía que no debería tener mucho más que cuarenta o cuarenta y cinco años. Mientras Martín daba un rápido vistazo a los titulares más importantes del día, el hombre se asomó de su escondite y le dijo:
- ¿Hoy no corres a tomar el subte como todos los demás?
- Perdón, ¿me conoce?- preguntó Martín sorprendido.
-Se que pasas a diario por aquí y trabajas en una oficina que está a pocas cuadras - dijo el hombre.
Martín se quedó perplejo al escuchar estas palabras. Miles de personas transitaban sin cesar las cuadras de la calle Florida. Era prácticamente imposible que este hombre lo pudiera distinguir entre ese gentío. Se quedó pensando unos instantes y dijo:
- Usted puede decir eso de cualquier persona.
- No de cualquier persona, sé que hoy es un día especial para vos, que tomaste la decisión que tuviste en mente por tanto tiempo, por ejemplo- explicó el hombre.
Martín estaba cada vez más confundido. Sintió la urgencia de correr pero se quedó paralizado y mudo. No se atrevió a preguntar. Lo miró al quiosquero pero no emitió palabra alguna. Se dio vuelta como buscando la cámara oculta de algún programa de televisión. Nada. La gente caminaba a su lado en plena hora pico. Algunos se detenían a mirar las revistas y los libros del kiosco. El hombre comenzó a atender a algunos de ellos. Martín supo que ese había sido un incidente fortuito. Decidió restarle importancia y se dirigió a tomar el subte, como todos los días. Sonó su celular. Martín lo atendió y dijo:
- Si, ¡RENUNCIÉ!
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