martes, 28 de diciembre de 2010

Por qué escribimos los que escribimos

“Yo escribo para mí” escuché decir a algunas personas que como yo eligieron transitar el camino de las palabras. Pero todos aquellos que estamos en esta senda sabemos que todo escritor necesita de sus lectores. Amigos, compañeros de trabajo, hijos, primos, esposos, novios. Estemos o no preparados para la crítica sincera, nuestros escritos se completan con la mirada del otro.
Escribo para mí, escribo porque me gusta, escribo porque me permite hacer catarsis de la vida. Puede haber muchos motivos. Siempre escribí pero nunca lo había hecho de una manera medianamente sistemática. Hace unos años decidí que tenía cosas para contar y como cada accionar que emprendí en la vida me propuse aprender a hacerlo.
Método, paciencia, tiempo, pasión son algunas de las palabras que pueblan mi mente a la hora de comenzar un texto. Siento que las ideas se van volcando en las teclas con facilidad una vez que comienzo. No necesito pensar en la gramática o en la ortografía porque fluyen naturalmente. Sí debo leer y re-leer mis textos para mejorar las ideas y crear efectos que, tal vez, no surjan desde el comienzo como quisiera.
Hay temas que están impregnados en mi piel, se trata de todo aquello relacionado con mi quehacer docente. Me entusiasma escribir historias que viví con mis alumnos o que me contaron otros compañeros docentes. Me siento como un pez en el agua, el escolar es mi ambiente.
“Tus cuentos tienen finales tristes” me dice uno de mis hijos. Puede ser, pero, a veces los finales tristes nos hacen pensar más. Siempre tengo la idea de llegar a la gente y de contar una historia que pueda reflejar los sentimientos, los valores y el día a día. Los finales suelen llevarme mucho tiempo de reflexión.
La lectura es una de mis pasiones y estoy segura que los autores que admiro se filtran en mi subconsciente y surgen a la hora de escribir. Es inevitable. Creo que todo escritor necesita leer sin parar autores de diferentes nacionalidades y de distintas épocas. Cada uno de ellos nos aporta algo de sus propias vivencias, de su cultura, de su técnica, del propio camino por el apasionante mundo de la literatura.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Catarsis de diciembre

Es imposible no ver aunque tenga los ojos cerrados. Veo lo que quiero que venga hacia mí y para los míos, veo lo que viví recientemente en los días oscuros, tristes que no terminan de irse. Los siento cerca, más cerca que nunca, no sé por qué. Cuando abro los ojos me ilumina el deseo de superar los problemas, de solucionar los conflictos, de mediar entre la gente que me rodea. Están agresivos, enojados con la vida. Todos están peleados con todos. Los padres con los hijos, los hijos con los padres, los jefes con sus empleados y los empleados furiosos con sus jefes, los padres con los maestros, los maestros con los padres. ¡Qué genera tanta violencia! Tengo la manía de analizar todo a fondo y el castigo de creer que todo es por mi culpa o que de una u otra manera si algo salió mal fue por algo que hice o no hice. Necesito que me palmeen la espada y me digan: “Quedate tranquila, ya se va a solucionar” pero soy yo la que tiene esa función. En mi trabajo y en la vida. Todos necesitamos una palmadita en el hombro y palabras de aliento. Respiro profundo y pienso en las cosas que me dan placer: un buen libro, el mar, las frutillas, una gran obra de teatro, conducir escuchando buena música, ver reír a los míos, los nuevos proyectos. Me desarmo en tantas partes como placeres puedo saborear y me olvido de la angustia, de las lágrimas, de lo que no puedo remediar.