domingo, 28 de febrero de 2010

De padre a hijo


Era una tarde cálida de diciembre y la familia de José se preparaba para recibir la Nochebuena. Los chicos mayores decoraban el arbolito con esmero. Innumerables adornos dorados de distintos tamaños poblaban las ramas verde intenso con detalles de nieve que simulaban otro clima, otro lugar. Los adornos más grandes van en la parte de abajo, decía mamá. Todos, sin excepción, peleaban por ubicar la gran estrella brillante en el extremo del árbol que marcaba el fin de la tarea.
Mientras José controlaba que la disputa por la estrella no llegara a mayores, Ramiro, su hijo menor se le acercó y le preguntó:
- Papá, cuando vos era como yo, ¿había arbolito de Navidad?
Ramiro le arrancó una sonrisa al papá, que le respondió:
- Pero claro, Ramiro, ¡fijate lo que me estás preguntando!
- ¿Y quién decoró el primer arbolito? insistió el nene.
José elevó su vista como quien intenta recordar y le contó a su hijo que había leído en un libro hacía años que el primer árbol de Navidad tuvo sus orígenes en Alemania, un país de Europa, en el año 1600. Le dijo también que otras personas creían que el primer árbol se había decorado en otro país de Europa, Inglaterra. Y continuó José su relato, agregando que los reyes del Castillo de Windsor, doscientos años después les habían pedido a sus empleados que trajeran un pino del bosque y lo cubrieran con distintos adornos. Los inviernos solían ser tan crudos que pequeños detalles como ese en el interior eran importantes, explicó José a su hijo. El niño escuchó fascinado el relato de su padre que dio vueltas en su cabecita por mucho tiempo. José se sintió orgulloso de poder satisfacer la curiosidad de su hijo con palabras sencillas y estaba seguro de haber despertado más curiosidad en él.
Olvidadas las explicaciones, los niños le pidieron ayuda a José para ubicar las luces en el árbol, mamá les había dicho que era peligroso para que lo hicieran solos. Entonces José se acercó y con cuidado instaló varias guirnaldas.
Mientras lo hacía fue inevitable recordar sus días de niño. Él no había tenido una niñez feliz como la que su esposa y él mismo estaban tratando de procurarle a los suyos. Sus Navidades no estaban rodeadas de regalos y de afectos. Su madre y él, solos, intentaban pasar las fiestas sin pensar demasiado en festejar. No tenían mucho para festejar, recordó. Su madre trabajaba día y noche para acercar los alimentos a la mesa y José había comenzado a trabajar a muy temprana edad para darle su apoyo.
Su esposa se le acercó, lo notó triste y le preguntó:
- ¿Pasó algo, querido?
- En esta época del año estamos todos muy sensibles, supongo, recordé mi Navidad de niño, solía ser tan distinta a la de nuestros hijos- respondió José.
- Pensá en lo bueno y en la forma en que estamos educando a nuestros hijos- trató de reconfortarlo ella.- Ramiro me contó, feliz, la historia del árbol- agregó.
Llegó la Nochebuena, Navidad y muchas otras Navidades. Los niños se hicieron hombres y mujeres y tuvieron sus propias familias.
Una tarde, sonó el timbre en la casa de José, era Nochebuena. Comenzaron a llegar Ramiro y sus hermanos con sus esposas e hijos. Era una noche muy iluminada por las estrellas y José salió al jardín a tomar aire. Se sentía feliz de poder reunir a los suyos y de que todos ellos desearan volver a la casa de los abuelos. José sintió que su misión estaba cumplida en la vida. Estaba rodeado por sus afectos, su esposa, todos sus hijos y sus nietos a quienes amaba más que a nadie en el mundo. Son tan pequeños y me dan tanta alegría, reflexionaba.
Estaba mirando hacia el cielo cuando sintió un tirón en su camisa. Era su nieto más pequeño que le dijo:
- Abu, ¿querés que te cuente la historia del árbol de Navidad?