domingo, 17 de enero de 2010

Sin Reproches


Uno a uno los alumnos se ubicaron en pupitres de un aula desconocida. Ella podía percibir cómo influirían esos colores, esos aromas y esas paredes en las vidas de cada uno de sus nuevos alumnos. Sabía que se crearían nuevos lazos entre ellos y también con ella, su nueva profesora. También sabía que allí conocerían a los amigos que, quizás, los acompañarían en la vida. Celia se tomó unos minutos para observar aquellas caras nuevas en la escuela secundaria. Los chicos iban a resolver una evaluación niveladora y varios de ellos habían venido acompañados de sus madres como quien recibe un último empujoncito para animarse a algo difícil. Antes de empezar, Celia se aseguró de nombrar a todos los presentes leyendo sus nombres de una lista que le había entregado Leandro, el preceptor. Su sorpresa fue grande cuando el último apellido le recordó a alguien. Era el apellido de casada de una vieja amiga, una amistad que había perdido en un episodio que ella nunca había llegado a entender.
- ¿Cuál es tu nombre? - le preguntó al alumno.
- Federico- le contestó.
Y luego le preguntó si su mamá se llamaba Sonia a lo que el chico asintió.
Cumplido el tiempo de la prueba, Celia estaba ansiosa por abandonar el aula en busca de su amiga pero, al mismo tiempo, temía encontrarse con una extraña.
Recordó en que estado de confusión la había dejado, años atrás, la última conversación telefónica con Sonia.
- Te llamaba para contarte que finalmente nos mudamos- había dicho Celia.
-¡Ah! Pensé que era un proyecto a futuro- había acotado Sonia con un timbre de voz que develaba cierto enojo.
- Por suerte lo pudimos concretar pronto, es lo mejor para mi trabajo y la escuela de los chicos- había tratado de explicar Celia como pidiendo disculpas - Te paso el teléfono de mi nueva casa.
- Justo ahora no tengo ni un papel para escribir- había interrumpido Sonia- Estoy apurada, otro día nos hablamos. Chau.
Celia se había quedado azorada. ¿Por qué tanta bronca? No lo había podido entender. Antes de ese último llamado, Sonia le había dicho que ella estaba feliz viviendo en ese pueblo alejado y tranquilo y que no lo cambiaría por nada del mundo. Celia le había asegurado que lo entendía pero que su visión era distinta, que no quería seguir viviendo en ese lugar.
Cuando cada alumno hubo entregado su hoja, Celia se apresuró al hall donde se encontraban los padres. El corazón le latía con fuerza y le costaba creer que estaba experimentando esa sensación. Después de todo ella no había hecho nada malo, pensaba.
Una gran sonrisa la esperaba en el hall. Era ella. Era su antigua amiga que quería saludarla como si nada hubiese sucedido.
- Qué sorpresa, ¿no? - le dijo Sonia.
- La verdad es que si no hubiese sido por el apellido de tu marido no hubiese podido reconocer a Federico. Era tan pequeño la última vez que lo vi- explicó Celia.
Se sentaron en el hall y charlaron. Sonia le contó que suponía que se encontrarían porque recordaba que ella trabajaba en ese colegio, no sabía que el encuentro sería tan inmediato. Todo el tiempo Sonia parecía querer excusarse por los años que habían pasado sin verse, sin hablarse. Y le contó cómo la vida la había golpeado, a ella y a su familia, cómo Federico había transitado por varias escuelas y lo difícil que le había resultado y aún le resultaba vivir en un lugar tan alejado.
Celia la escuchó pacientemente y mientras lo hacía recordaba sus tardes de confidencias en las que ella solía hacer las veces de sicóloga para Sonia. No hubo lugar para el reproche, tampoco hubo palabras agresivas. Celia intentó transmitirle la seguridad que Sonia estaba buscando en la escuela. Se prometió olvidar e intentar recomponer esa amistad que había nacido una vez en otra escuela secundaria.