sábado, 28 de marzo de 2009

En camino

Buceo profundamente el océano de mi vida
descubro la mujer que fui y que soy
no encuentro
no quiero encontrar todavía
a la mujer que quiero ser.

El mar que navego tiene la ilusión de lo desconocido
la incertidumbre me desespera y me obliga a seguir buscando.
Me empeño en llegar a aguas más tranquilas,
pero la brisa me niega.

Respiro el aire de una isla cercana
lo busco
lo diseño
lo construyo
pero no me es fácil compartirlo.

Vuelvo a sumergirme
y respiro aliviada
y me siento en camino.

jueves, 26 de marzo de 2009

Atravesar los miedos

Mientras se vestía el corazón con fuerza mil palabras se dibujaron en su mente. Aún sin estar seguro de haber encontrado las correctas, ese día iba a hablarle. Se aseguró de lucir prolijo y de usar el perfume nuevo que recibió para su cumpleaños. Se calzó sus zapatillas limpias. Caminó un par de cuadras. Le temblaban las piernas. Respiró profundo y pensó en sus posibles reacciones: sus ojos azules enormes se tornarían más grandes aún; no podría disimular su sonrisa; le temblarían las piernas. Le hubiera gustado que ella viviera más lejos. El ejercicio le aflojaba la tensión que sentía en todo el cuerpo. Pero ya estaba en la puerta de su casa y tenía que enfrentar el momento de la verdad. El fuerte ladrido del perro del vecino no lo dejaba pensar. Un pajarito tornasolado se dirigía a su nido, con una ramita en el pico.
Una brisa suave le erizó la piel. Tocó el timbre. Durante algunos segundos nadie se asomó a la puerta. El pajarito llegó a su morada . El perro del vecino no cesaba de ladrar. Alguien se dejó ver entre las cortinas de una de las ventanas. No era ella.
Ahora estaba más tranquilo. Sabía que en cuestión de minutos ella estaría en la puerta. Luciría su vestido blanco con puntillas. Se vería radiante. Feliz. Entonces se disiparon todos sus miedos. Iba a ser el momento de pedirle que fuera su novia; después de todo, ya había cumplido diez años.

jueves, 12 de marzo de 2009

Intentar otro camino

Es domingo y recién deja de llover. Nadie esperaba esos chaparrones porque es domingo: es el día del sol. Por eso y, a pesar del agua, ahora se escurren unos rayos furtivos entre los pinos gigantes. El verde de las hojas de todas las plantas está más verde que nunca. Es un verde limpio, fresco, casi de primavera. Pero las bolitas de paraíso color café con leche le cuentan que ya casi es otoño. Algunos chicos disfrutan esta tarde, corren, gritan mientras que sus mamás arreglan el jardín. Quedan pocas flores, algunas están en el suelo. Inés salta un charco. Un señor en shorts lava la vereda añosa, sin color, con una manguera de la misma antigüedad. Cruza la calle y detrás de ella ve dos cuatriciclos que huyen como queriendo olvidar que no están en las dunas de la playa. Una paloma pequeña se aventura a cruzar la misma calle dando diminutos saltitos. Tal vez tenga las alas heridas. No vuela. Inés espera para asegurarse que termine su travesía. Lo logra.
Cuadras más adelante el silencio la abruma. Solo percibe el vaivén de las ramas porque la brisa es muy suave. No quiere escuchar sus pensamientos. No quiere volver a equivocarse. Siente que su travesía es más peligrosa aún que la que emprendiera el ave que observó minutos antes. El camino que decide emprender cambiará su destino. Entonces lo ve parado en el portón de la casa. Ve el rostro de un hombre cansado. Inés se detiene. Contempla al hombre que alguna vez le prometió el cielo y las estrellas. El hombre que se quedó en las promesas; que no supo darle el lugar que ella se merecía o creía merecer. Inés sabía que sus mundos eran desiguales pero tenía esa ilusión de cuentos de hadas. El amor todo lo puede. Se acerca unos pasos. Duda. Los recuerdos dulces la embriagan. Se confunden con el desamparo. Habían pautado un tiempo separados y era el momento de regresar.
Entonces Inés ve como él se lleva la radio al oído. Es domingo. Está escuchando el partido de futbol como siempre a esa hora, todos los domingos. También cuida a su perro blanco que lo mira con sus enormes ojos saltones. Y se le aclara la mente, se disipan las dudas. Inés sabe que es momento de volver sobre sus pasos e intentar otro camino. Tal vez debe dar pequeños saltitos. Tal vez debe reflexionar y aprender. Pero no debe detenerse. Inés respira aliviada. Siente el perfume de la tierra húmeda que se confunde con el aroma de las últimas flores de primavera.

domingo, 1 de marzo de 2009

Diez años después

El aroma a fresias se percibía en el comedor. El florero estaba dispuesto en el centro de la mesa, vestida con todos los detalles. El mantel de fino hilo blanco, que fuera bordado por la abuela en otros tiempos, caía casi hasta el piso. Dos platos de porcelana colocados prolijamente realzaban el buen gusto de la dueña de casa. El brillo de las copas de cristal iluminaba el lugar, todavía en penumbras. Había música suave de fondo que invitaría a los comensales a vivir una velada inolvidable.
El comedor estaba decorado con unos pocos cuadros. Un ventanal muy amplio daba al parque trasero. Dos cortinados en tonalidades de beige estaban levantados con gruesas sogas de hilo dorado y dejaban ver el jardín inundado con frescas flores de primavera.
Ya eran las nueve y treinta y Andrea iba y venía ultimando los detalles. Su esposo y los niños habían decidido pasar un tiempo juntos y dejar a mamá que disfrutara del reencuentro. Eligió algunas bebidas para ofrecer como aperitivo y comenzó a prepararlas. La cena estaba a punto. Sonó el timbre. El corazón de Andrea comenzó a latir con fuerza. Le costaba entender porqué tenía esa sensación. Sensación que la llevaba a rememorar su pasión adolescente. Mientras caminaba hasta la puerta desfilaron por su mente múltiples imágenes. Recuerdos de su infancia que atesoraba y se negaba a dejar ir. Otros tiempos vividos con intensidad daban cuenta del amor filial. Pero habían pasado muchos años sin verse, sin hablarse, sin saber nada una de la otra.
Andrea abrió la puerta. Allí estaba ella, su hermana, a la que no había visto durante diez años.